(IV Nocturno)
Suele ser así cuando apareces sin yo esperarte.
Suele ser a través del humo denso del tabaco,
a hurtadillas del segundero que va marcando el tiempo
de esta larga espera en la noche crepuscular del verso.
Se que necesito quizás una copa con el cual saciar el ánimo,
un brindis solemne a solas con esta soledad invertida.
Quizás sea cierto que es pronto para indagar fracasos
y hacer de estos el pretexto con el cual reprochar al verso
la prolongada ausencia del ayer irreversible.
(Esto último ya sabemos que es pura vanidad poética)
Por eso, ya es demasiado tarde para pajear la conciencia
y masturbar el turbio pensamiento de la ironía celeste.
Es inútil cuando todo es absurdo en el crepúsculo
y la luna te sonríe así y uno dice “puaf”,
y todo se va a la mierda.
Suele ser así cuando aparece la sombra del pasado
y vuela de nuevo la ilusión allá lejos donde nadie es capaz de llegar
-cual secreto que no fueras capaz de revelar a nadie-.
Cuando se mira allá lejos, en lo más hondo de uno
y del ser que lo habita, francamente,
no hay vuelta atrás para pensar que nada de lo visto es incierto.
Basta con querer renegar del pulso vivo que cada cual tiene
para que todo lo desdibujado sea un preámbulo absurdo en la memoria.
La metafísica no está hecha para todos los poetas,
y de ahí la pesadumbre que suele perjudicar estulticias pasadas.
Jamás quise habitar en el pasado aquel sin un adiós sonoro.
Fue un camino largo y polvoriento que jamás andaré.
No por viejo ni por flojeras de no desear hacerlo, simplemente,
porque creo estar en mi pleno derecho de aferrarme a la única licencia
a la cual aún puedo permitirme: la poesía,
y no caminar por otra sino es en ella.
Ahora ya sí sé cual es el término de aquel verso inacabado:
La voluntad de continuar hacia adelante.
Por aquel obligado camino, cuyo sendero
me ha de llevar
a la paz deseada por todo lo humano y lleno de palabras.
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