Luís fue un pensamiento en flor,
una rosa desdoblada,
una flor inmarcesible
que en su exilio no calló su dolor.
Fue una frontera humana,
la luz, el deseo oblicuo
y la voz que más amaba.
Fue un gentil muchacho
que con desnudos torsos soñaba.
Un anhelo inscrito
en su soledad marcada.
Un ramo de blancas margaritas,
un verso tumbado en la playa.
Un poema en la cálida arena
y sueño frío de esmeralda;
que tuvo a un tiempo lunas,
girasoles y guirnaldas.
Poeta, amigo mío,
di por dónde andas;
si es verdad que eres amor,
o el doblar de oscuras campanas
sobre esta ciudad infecta,
que ya tristemente no te ama.
Indolente la piedra escondes
tu sombra exiliada;
el olor del tabaco en pipa,
el cual tu aliento exhalaba
cuando todo era ángulo oscuro
y una poesía en ti marcada.
Hoy siento tu cálida voz,
aquella honda y que no calla
pese a estar hoy silenciosa
y oculta entre las ensenadas.
Eres un naranjo en flor,
azahar, jazmín y naranja;
en esta Sierpes, Acestres,
San Pedro y la Campana.
Una luna llena de pasión
de recóndita Semana Santa.
El “Arcadia et ego”
que sublime todavía me cantas.
Como aquella Generación perdida
en aquel Ateneo en el que faltas.
Luís, poeta exiliado,
dime hacia dónde pone tu mirada
cuando melancólica ésta se pierde
entre lirios de agudas espadas.
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